sábado, 2 de abril de 2011

EL INFIERNO: ¿FUEGO ETERNO? PARA MUCHOS SE VIVE EN ESTA TIERRA (y el cielo para unos pocos)

CC

Desde el comienzo de los tiempos el infierno ha estado en esta tierra como lo pueden testificar Prometeo y Tántalo. Mucho tiempo después está lo que se le hizo a los africanos y y en este siglo está el holocausto, Corea, Vietnam entre otros países. En ese siglo Afganistán, Irak, ahora Palestina, Gaza y nuevamente los africanos para mencionar solamente algunos de la larga fila. Y ahora...... llegó al crisis

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El cielo ha estado en esta tierra como lo muestra la corta fila de los bienaventurados: los integrantes del sector financiero con sus jugosos sueldos en teimpos de angustias para los demás mortales, la mayoría de los políticos beneficiándose de sus mentiras, los militares beneficiándose de sus guerras, un buen puñado de empresarios con sus bolsillos llenos a pesar de la crisis y ese corto etcétera que todos conocemos.

¿El Fuego Eterno? La imagen del Infierno como un lugar de castigo para los pecadores, sede del perfecto e inmortal dolor sin destrucción, es una creencia cristiana muy temprana. De los primeros pensadores de la Iglesia, sólo Orígenes (siglo III) creía posible la salvación final de todas las almas, pero sostenía que remarcar en público esta idea "no es conveniente en vista del bien de los que tropiezan con dificultades para contenerse, incluso si temen el castigo eterno (...)". La Iglesia condenó dicha idea de Orígenes en el Concilio de Constantinopla (543): "quien dice o piensa que el castigo de los demonios y los malvados no será eterno, que tendrá un fin (...) sobre él recaiga anatema". El artículo 17 de la Confesión Luterana de Augsburgo (1530) afirma que Cristo "condenará a los impíos y los demonios a torturas infinitas. Condena a los anabaptistas, que sostienen que el castigo de los condenados y los demonios tendrá un término".
Durante la Edad Media, el erudito irlandés Juan Escoto Erígena negó la materialidad del Infierno, y lo remplazó por el sufrimiento infligido por la conciencia, pero se trata de casi la única excepción: los tres principales maestros medievales, San Agustín, Pedro Lombardo y Santo Tomás de Aquino, insistieron en que los dolores del Infierno eran tanto espirituales como físicos, así como destacaron el papel del fuego en el tormento eterno. Como poco a poco se desarrolló la teoría de que el Infierno incluía no sólo los dolores más espantosos que la mente humana pudiera imaginar sino aún los inconcebibles, los autores cristianos comenzaron a rivalizar en la pintura del horror de sus tormentos. San Agustín escribió que estaba poblado de animales carnívoros feroces, que desgarraban los cuerpos de los condenados en un proceso lento y doloroso en medio del fuego. San Esteban Grandinotense afirmó que los sufrimientos eran inenarrables, porque si un ser humano llegaba siquiera a concebirlos, moriría de terror en el acto. Richard Rolle señaló que el condenado desgarraba y comía su propia carne, bebía la hiel de los dragones y el veneno de los áspides, y su cama y su vestido consistían en "horribles alimañas venenosas".
Durante el muy racionalista siglo XVIII, las visiones antedichas comenzaron a resultar inverosímiles, pero esta desconfianza en el instituto infernal no se proclamaba en público por razones similares a las de Orígenes. (Antes del cristianismo, Cicerón había defendido el sostén de una religión en la que ya no creía - el antiguo culto romano - sólo por su carácter de auxiliar del decoro público). En 1741, William Dodwell observó: "es muy evidente que desde que los hombres han aprendido a desechar la aprensión del Castigo Eterno el Progreso de la Impiedad y la Inmoralidad entre nosotros ha sido muy considerable". No parece casual, entonces, que por esos años el Parlamento británico extendiera la pena capital a más de 300 delitos.
Richard Whately (1787-1863) retomó en parte las ideas del Erígena: el Infierno no es un lugar físico, sino una metáfora de la aniquilación personal, del olvido de Dios. La inmortalidad es un don: quien la merece, merece experimentarla en el Cielo; quien se prueba indigno de ella, no padece otro castigo que extinguirse con la muerte.
Otros infiernos. El infierno sabiano consiste en cuatro vestíbulos superpuestos con hilos de agua sucia en el piso, y de un vasto recinto principal polvoriento y deshabitado. El lóbrego infierno del místico sueco Immanuel Swedenborg es una comarca pantanosa, regida por demonios que acaban sucumbiendo a su propia monstruosidad: los condenados habitan en él porque no pueden soportar los esplendores del Cielo. G. B. Shaw (Hombre y Superhombre) le da un carácter más bien metafísico: los condenados a padecer su eternidad se distraen con los artificios del lujo, el arte, la erótica y el renombre
Una orden religiosa para los Infiernos. En 1732, San Alfonso Liguori fundó la Orden de los Redentoristas, especializada en sermones acerca del fuego del Infierno: en el mismo momento en el que el protestantismo comenzaba a repudiar la creencia en el castigo eterno, el catolicismo la revivió. Liguori publicó en 1758 Las verdades eternas, un libro que incluía atroces descripciones de los castigos infernales, como ésta: "el infeliz torturado estará rodeado por el fuego como la leña en un horno. Encontrará un abismo de fuego abajo, un abismo arriba y un abismo a cada lado. Si toca, si fe, si respira, toca, ve y respira sólo fuego. Estará hundido en el fuego como el pez en el agua. El fuego no sólo envolverá al condenado, sino que le entrará por el intestino para torturarle". Continúa en este tono durante páginas y páginas, así que me perdonarán si detengo la cita aquí....
Otro redentorista, Joseph Furniss, se especializó en... libros para niños. En La visión del Infierno afirma que éste es un lugar cerrado en medio de la Tierra, con arroyos de azufre y de brea hirviente, un diluvio de chispas y una lluvia de fuego. Hay seis mazmorras, cada una con una tortura diferente: una prensa ardiente, un pozo profundo, un suelo al rojo vivo, un cubo hirviendo, un horno al rojo vivo y un ataúd al rojo vivo. Furniss hasta llega a describir los horrorosos tormentos que sufre un niño pequeño, y las justifica afirmando que "Dios fue muy bueno con este niñito. Es muy probable que Dios viese que empeoraría cada vez más y que nunca se arrepentiría, y así tendría que castigarlo aún más severamente en el Infierno. De modo que Dios, en su compasión, lo llamó del mundo en la niñez temprana".
Otra obra similar que difundieron los redentoristas fue El Infierno abierto a los cristianos de Pinamonti, tratado del siglo XVII que se siguió imprimiendo hasta 1889, y que sirvió de modelo a James Joyce para el sermón sobre el Infierno que incluye en Retrato del artista joven
El Infierno, desde el Cielo. Santo Tomás de Aquino formuló la desagradable idea de que el goce ocasionado por la contemplación de los sufrimientos de los condenados era uno de los placeres del Cielo. El calvinista Thomas Boston afirmó: "Dios no los compadecerá sino que reirá de su calamidad. La gente virtuosa del Cielo se regocijará ante la ejecución del juicio de Dios, y cantará mientras el humo se eleva eternamente". William King escribió en 1702 que "la bondad así como la felicidad, de los benditos se verá confirmada y promovida por reflejos que provienen naturalmente de esta visión del sufrimiento que algunos soportarán, que parece ser una razón apropiada para la creación de esos seres que en definitiva tendrán un destino miserable, y para su continuación en esa existencia miserable".
Autor Pablo Martín Cerone








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