miércoles, 6 de abril de 2011

Felicidad: el hombre más feliz del mundo. 10 secretos. Uno de los decálogos para ser plenamente infeliz (pero puede haber más de uno para ser feliz)

CC

La polémica sobre la felicidad se acrecienta en épocas de angustia producto de las crisis. De tiempo atrás hay una polémica sobre una teoría que dice que la felicidad se puede medir y programar. La ecuación que dice medir la felicidad está dada por:
Felicidad=P + (5 x E) + (3 x N)
La pregunta del millón es ¿Puede medirse la felicidad?
El artículos sobre el tema puede leerse en
http://www.intramed.net/actualidad/not_1.asp?idNoticia=41301

Apareció también un informe de la OIT sobre este tema, según el cual el factor más importante de felicidad es el grado de seguridad en los ingresos, que se mide en términos de protección de los ingresos y de un bajo nivel de desigualdad en los mismos; igualmente el grado de satisfacción originado en la adaptación a las necesidades laborales y las aspiraciones de las personas (grado de satisfacción o frustración)
http://74.125.113.132/search?q=cache:LMy9ZyHC-kgJ:www.ilo.org/global/About_the_ILO/Media_and_public

De otro lado parece ser que la felicidad aumenta con la edad y que los genes se “relajan” mediante la práctica yoga o del taichi. Ver:
1) http://www.eluniversal.com.mx/articulos/47935.html
2) http://www.elmundo.es/elmundosalud/2008/07/01/biociencia/1214937598.html

Para finalizar esta nota va un artículo del economista Jurgen Schuldt,
Crecimiento económico y felicidad personal
Si revisa la relación estadística existente entre el crecimiento del ingreso por habitante y el grado de satisfacción con el nivel de vida del que gozan las personas en los países desarrollados en las últimas décadas se encontrará con una paradoja.
Mientras que el ingreso y el consumo promedio de los habitantes de esas economías se multiplicaron varias veces durante ese lapso, el índice de bienestar percibido por ellos se ha mantenido casi constante. Este último se mide en base a sofisticadas encuestas que preguntan, entre otros, por el nivel de "satisfacción con la vida que llevan" o directamente por la autopercepción de bienestar o felicidad.
A fin de ilustrar este fenómeno, denominado "la paradoja de la felicidad", presentamos los casos de EE.UU. y Japón en la posguerra en el gráfico que acompaña este artículo. En lo que al primero se refiere, el ingreso aumentó tres veces, pero el índice de bienestar autopercibido se mantuvo relativamente congelado. El caso japonés es aún más radical, ya que sus ciudadanos septuplicaron su ingreso promedio en tres décadas, pero su satisfacción con la vida que llevan a duras penas se mantuvo a un nivel muy parejo. Ello, evidentemente, exaspera a muchos economistas ortodoxos, quienes creen que a mayores niveles de ingreso, mayores serían también los niveles de bienestar que se alcancen.
¿Cómo explicar esta contradicción aparente? Para responderlo nos remitiremos a la literatura de la "Economía de la Felicidad" y expondremos de manera muy simplificada y hasta simplista algunos de los argumentos más significativos que se han dado.
Una primera hipótesis que manejan algunos de estos autores es la del umbral. De acuerdo con esta, cuando el ingreso por habitante alcanza un cierto nivel (que se estima entre US$10.000 o US$15.000 por año), la felicidad de las personas ya no aumenta. Es decir, técnicamente hablando, la utilidad marginal es nula, lo que significa que una vez que poseemos un cierto nivel relativamente elevado de ingresos, cualquier aumento ya no contribuiría a incrementar nuestra satisfacción psicológica.
Otra propuesta es la de quienes arguyen que, más que el ingreso actual, a las personas les interesa su trayectoria, de manera que si este se mantiene constante, el bienestar no aumenta o puede caer.
En tercera instancia, hay quienes se refieren a la importancia del ingreso relativo. Afirman que las personas no se fijan tanto en su ingreso (o consumo) absoluto, sino en el que tienen respecto a sus grupos de referencia, con lo que su bienestar puede disminuir si alguno de ellos (compañeros de trabajo, vecinos o estratos de mayores ingresos), tiene un nivel de vida cada vez más alto respecto al suyo.
También se sustenta el argumento de que, a medida que aumenta el ingreso de las personas, se expanden también sus aspiraciones, con lo que se puede empañar dicho incremento.
En quinto lugar está la hipótesis de la "adaptación hedónica", de acuerdo con la cual las personas rápidamente se ajustan a nuevas circunstancias, con lo que poco después de gozar de sus crecientes ingresos --lo que inicialmente aumenta su bienestar-- vuelven al estado inicial de satisfacción.
Sexto: a medida que aumenta el producto nacional de una economía, se generan también una serie de "externalidades negativas", ya que aumentan la urbanización y la aglomeración, la polución y la congestión, la soledad y el desamparo, etc. Con ello, los aumentos de ingreso no necesariamente compensan esos daños del medio ambiente económico o social.
Más grave aún es que, finalmente, a medida que aumentan los ingresos, o precisamente porque nos esforzamos por tener cada vez más, se reduce el consumo de lo que los economistas denominan "bienes relacionales". En efecto, en ese afán se reducen nuestras relaciones con los amigos, el tiempo que tenemos para nuestros hijos y para el ocio, el desarrollo de hobbies y demás actividades que contribuyen a la buena vida.
Para terminar, por supuesto que esta temática nos lleva a otras interrogantes, al margen de los problemas ligados a la metodología y las diversas técnicas para medir el bienestar y la felicidad. Baste señalar una, que ya han tratado de responder vanamente muchos autores: ¿En qué clase de países desarrollados viven esas personas, en las que cada día aumenta más la producción y los ingresos, pero el bienestar personal de la gente se mantiene prácticamente constante e incluso disminuye? ¿Está en la naturaleza del ser humano que nunca esté satisfecho o es un problema del sistema económico que no contribuye a cubrir sus necesidades axiológicas y existenciales? En los países subdesarrollados, en cambio, aunque nadie niega la importancia del crecimiento económico en sí, nos preguntamos: ¿Vale la pena enrumbarnos a ese tipo de alta civilización que tanto nos apetece? Al margen, por supuesto, que el planeta no podría sostener para toda la humanidad el nivel de vida que hoy gozan los que viven en las economías desarrolladas. Dejamos las respuestas para entretenimiento de nuestros amigos filósofos.
(*) Universidad del Pacífico
Aparecido en el diario El Comercio 25 de junio de 2006

Matthieu Ricard, es el hombre más felíz del mundo según una investigación sobre el cerebro de la Universidad de Wisconsin (USA.2007). Tiene 63 años, es biólogo molecular, dejó su carrera por abrazar al budismo. Actualmente es asesor personal del Dalai Lama, vive apartado del mundo, ha regalado su dinero y no tiene relaciones sexuales desde hace más de 30 años.
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/395/1176906666.html













Nota: este es un decálogo para acabar con uno mismo. Siempre se cae en algunas de estas actitudes ¿Cuál de ellas te toca? Añada la que falta y quita la que sobra. Pero lo mejor es elaborar “Diez puntos para ser feliz” (dar la vuelta a este decálogo o inventar otras actitudes)

Duerme poco.
La salud no es lo bastante importante para prestarle atención. Lo que mola es lo que le apetece al cuerpo en cada momento. Y... seguir la “bulla de lo que hacen todos”; mola cantidad.
Tampoco cuides tu mente.
Llegado el caso, dale vueltas a tu cabeza con lo que te preocupe, machácate el coco y los nervios, y aíslate del resto del mundo: consultar, o acudir a los educadores... da mucha pereza.
Obsesiónate con tu trabajo o tu estudio: es el centro de tu vida.
Olvida tus relaciones con los demás y enciérrate en tu cuarto. Es bárbara la disculpa de que hay mucho que estudiar, y funciona bien con los padres. Conseguirás ser un bicho raro, pero a lo mejor te puedes consolar con unas buenas notas... hasta que compruebes que incluso para el éxito profesional es fundamental el trato humano. Entonces será tarde.
No muestres interés por la lectura, los hobbys o las actividades culturales.
Eso es de pringadillos y lo tuyo es “a vivir que son dos días”.
Agóbiate todo lo que puedas cuando llegue la ocasión.
Reniega de los demás y maldice tu mala suerte si descubres que eres tú quien tienes que currarte tu personalidad y la adquisición de tus conocimientos; o sea, tu vida.
No te molestes en organizarte; ya irán viniendo las cosas.
Además ya se sabe que en los días de exámenes siempre va a faltar tiempo: la culpa es del sistema, y todos los demás somos sus víctimas.
Tampoco caigas en lo de esos que se hacen propósitos y proyectos;
nunca se cumplen. Lo mejor es dejarse llevar por los acontecimientos y nada de angustiarse con tomar decisiones y ser perseverante.
No te quieras a ti mismo.
Si al final las cosas te han salido mal, ponte delante del espejo e insúltate: lo que más se lleva es decir “es que yo soy un desastre” y “esta vida es una m...” Una vez culpabilizado, terminarás amargado y con tu autoestima por los suelos. A poco masoquista que seas, con eso hallarás consuelo.
Nunca olvides que la culpa es de los demás.
Es la vacuna para que a esta amargura sigan otras, sin que haya jamás solución. Los demás tendrían que ponerte en bandeja la salida fácil a tus trabajos, y no se mueven.
Obsesiónate con ser feliz a base de divertirte y de continuos logros materiales.
Así te habrás evitado para siempre el exigirte crecer como persona que piensa, que ama y que toma decisiones según su ser racional. Te consolarás cuando estés plenamente persuadido de que tu vida joven es un asco, y la felicidad algo inalcanzable.

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