sábado, 2 de abril de 2011

Religiones disminuyen estrés, incertidumbres y tensiones neuronales (lo que explica la persistencia de las creencias religiosas en la historia). ¿ADN evidencia de diseño grande o inteligente?

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El cerebro creó la religión para evitar el estrés

http://www.publico.es/ciencias/304195/cerebro/creo/religion/dios
Apoyados en la biología evolutiva, las últimas técnicas en neuroimagen y el análisis de residuos cerebrales, dos científicos estadounidenses explican en el libro God's Brain (El cerebro de Dios, ed. Prometheus Books ), publicado en EEUU a comienzos de marzo, cómo la experiencia religiosa libera una serie de neurotransmisores y hormonas que mitigan el estrés que sufre el cerebro ante los pequeños problemas de la vida diaria y las grandes preguntas que, desde siempre, se hace el ser humano (el destinatario del poder analgésico de la religición es el cerebro).


"Sostenemos que el cerebro creó la religión y la idea de Dios", explica el antropólogo Lionel Tiger , profesor de la Universidad Rutger y coautor del libro. "Sospechamos que nuestros ancestros imaginaban cosas que les atemorizaban, así que, para reducir ese miedo, produjeron una idea de Dios y formalizaron las religiones", añade.

Desde mucho antes de la Ilustración, pensadores de todos los tiempos han cuestionado la sobrenaturalidad de la religión. Filósofos, librepensadores y científicos, en especial desde que se hicieron públicas las teorías de Darwin y los trabajos de Mendel sobre genética, han visto en la religión una creación humana destinada a hacer la vida en la Tierra algo más confortable. Pero no dejan de ser opiniones o teorías mejor o peor fundamentadas.

80% de creyentes

Algunos científicos, como el conocido biólogo Richard Dawkins, han acusado a los creyentes de autoengañarse o de tener sus capacidades mentales disminuidas. Con el 80% de la población mundial que se declara creyente de una de las 4.000 religiones que existen, según el libro, una explicación así deja poco margen al futuro de la especie humana. En realidad, según estos autores, el cerebro ha fabricado la religión en su propio beneficio. Y la llegada de la neurociencia y los experimentos con el cerebro han permitido conocer mejor cómo lo hace.

El neurólogo Michael McGuire , coautor del libro y profesor en la universidad californiana de UCLA, descubrió hace casi 30 años cómo estudiar el cerebro de los chimpancés por medio de los residuos de su actividad neuronal sin dañarles. Sus trabajos le permiten sostener que también tienen un sentido de lo que está bien y lo que está mal, es decir, la moral. "No es descabellado que los chimpancés tengan una idea de Dios, pero no tenemos evidencias", opina McGuire. Y no lo es porque ambas especies comparten una misma base biológica, posible origen de su moral.

Pero el impulso definitivo al estudio del cerebro lo han dado las distintas tecnologías de neuroimagen (resonancia magnética, tomografías, o magnetoencefalografía). En el repaso de los más recientes trabajos en este campo que hace el libro, se observa cómo la fe en Dios reduce los síntomas de la depresión y favorece el autocontrol mientras que la meditación mejora algunas capacidades mentales. Otro estudio también reveló que los creyentes viven más que los ateos o los agnósticos.

La causa hay que buscarla dentro del ser humano. A pesar de ser la especie más poderosa, es presa fácil del miedo y la incertidumbre. Esto genera estrés neuronal, deteriorando las dendritas y reduciendo la neuroplasticidad. Induce más de 100 cambios en el cerebro.

Según los autores, sólo la religión ofrece un bálsamo trinitario formado por la "socialización positiva, los rituales y una creencia, generalmente en la otra vida". La experiencia religiosa libera neurotransmisores como la serotonina la dopamina o la oxitocina, que dan paz al cerebro. Aunque los ateos y los agnósticos pueden combatir el estrés con actividades que recreen esta socialización, "siempre les quedará algo de dolor, a menos que crean en la otra vida", aseguran. Desde un punto de vista evolutivo, parece un suicidio no ser religioso porque existe la necesidad de reducir la tensión neuronal que genera la incertidumbre




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Dios no existe (o al menos el universo se explica por las simples leyes de la física (S Hawking)

“Lo que me interesa realmente es saber si Dios tuvo elección a la hora de crear el universo”. Einsein
“Quisiera enunciar un teorema que por ahora no está basado en nada más que en la fe en la simplicidad y la inteligibilidad de la naturaleza: no hay constantes arbitrarias […], es decir, es posible enunciar leyes tan fuertemente determinadas que, en el contexto de éstas, sólo aparecen constantes racionalmente determinadas (no constantes, por tanto, cuyo valor pueda cambiarse sin destruir la teoría)”. Einstein

Leer en www.redalyc.uaemex.mx/pdf/414/41411852005.pdf

Resumen: La controversia mantenida en el primero tercio del siglo XX entre evolucionistas y creacionistas ha sido reemplazada desde la década de 1990 por la confrontación con quienes apoyan el llamado Diseño Inteligente. En este artículo se trata de examinar la fuerza lógica de los razonamientos aducidos por ambas partes. Específicamente se analizarán las nociones de 'adaptación' y 'diseño', así como la supuesta necesidad de un diseñador externo para explicar la existencia de sistemas complejos. También se demostrará que no existe necesidad lógica alguna de ese supuesto diseñador, aunque los sistemas biológicos aparentan estar asombrosamente bien adaptados.







FISICA FUNDAMENTAL Y LA PARADOJA DEL DISEÑO INTELIGENTE:
¿HAY UN ELEFANTE EN LA HABITACION? José Luis Fernández Barbón
Instituto de Física Teórica CSIC/UAM de Madrid
Leonard Susskind, físico teórico de la Universidad de Stanford, ha publicado
recientemente un libro de vocación decididamente polémica. Ya en el título, The Cosmic Landscape: String Theory and the Illusion of Intelligent Design (El paisaje cósmico: la teoría de cuerdas y la ilusión del diseño inteligente), la referencia explícita al “diseño inteligente” parece nutrirse del debate público sobre la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas estadounidenses. Esto se debe a que el eslogan “teoría del diseño inteligente” está siendo utilizado por los creacionistas de aquel país como una cubierta seudocientífica en las encendidas discusiones sobre política educativa…. un texto que refleja grandes tensiones internas en la comunidad de físicos teóricos, debates de altos vuelos que, sin embargo, son accesibles al gran público mediante el hábil empleo de ciertas metáforas sugerentes.

La “teoría del diseño inteligente”, en el sentido de la polémica educativa en Estados
Unidos, no es más que el viejo mito del creacionismo aplicado a la biología. Un problema central de la biología es la asombrosa complejidad de los organismos vivos, con multitud de sistemas en funcionamiento armónico a todos los niveles, desde el bioquímico hasta el social. La simple contemplación de un ojo evoca la metáfora de una “ingeniería natural”, algo que se repite constantemente en multitud de sistemas biológicos, si bien en muchas ocasiones la “eficiencia” del diseño no alcance estándares tecnológicos. Hablar de ingeniería lleva implícita la noción de intencionalidad, de satisfacción de unos objetivos que justifican, finalmente, el diseño de un artilugio concreto. Esta sensación recurrente al contemplar la naturaleza inspira en las personas religiosas la certeza de un plan o diseño divino. Por supuesto, no se trata de algo nuevo: este tipo de reflexión está en la base misma de cualquier religión, aunque fue Santo Tomás de Aquino quien la explotó con más fuerza en una serie de ambiciosas “pruebas” de la existencia de Dios.
La apariencia de diseño inteligente de los organismos vivos es el clásico problema “de
principio” en la biología. Se trata de una auténtica paradoja que exige una explicación.
De hecho, la aportación central de Darwin a la ciencia fue ni más ni menos que la
resolución de esta paradoja en términos estrictamente científicos.
Si la relevancia del problema es obvia en biología, para los no expertos es un hecho
mucho menos familiar que la física fundamental también tiene su propia versión. El
punto de partida podría denominarse, siguiendo a Lee Smolin, como “la observación
antrópica”. Consiste en la constatación experimental de que los valores numéricos de las
constantes fundamentales, aquéllas en función de las cuales se escriben todas las
fórmulas de la física, no parecen distribuidos al azar, sino que algunos parecen
cuidadosamente “ajustados” para que ciertas estructuras emergentes sean posibles. La
intensidad de la interacción electromagnética, las masas de los quarks o la intensidad










relativa de la radiactividad parecen delicadamente ajustadas para que núcleos atómicos
complejos sean estables, siendo entonces posibles las macromoléculas de la química
orgánica, los ladrillos básicos de la vida. Una variación del uno por ciento en algunos de
estos parámetros se traduciría en que la química o la física nuclear cambiarían tanto que
no podríamos reconocer el mundo. En algunos casos, la tolerancia a la variación es
ridículamente pequeña. Por ejemplo, si la densidad de energía oscura en el cosmos fuera
diferente en una parte en 10 elevado a 100 (un número de cien cifras), el universo no
albergaría galaxias. Lo sorprendente de estos “ajustes finos” es que las estructuras en
cuestión, como las galaxias, las estrellas de vida larga, o incluso las macromoléculas de la bioquímica, parecen remotos fenómenos emergentes cuando se los contempla desde el mundo microscópico de los quarks. La razón por la cual ciertos parámetros de la
interacción entre quarks “parecen saber” que la química del carbono es estable se
presenta así como un verdadero misterio.








El actual modelo de la física de partículas (llamado prosaicamente “modelo estándar”)
y el análogo modelo estándar cosmológico son estructuras teóricas de asombrosa
capacidad predictiva y gran profundidad conceptual. Todas sus predicciones dependen,
sin embargo, de una treintena de parámetros numéricos, que no están determinados por la teoría, sino simplemente especificados por la medición experimental. Algunos ejemplos de estas constantes fundamentales son bien conocidos: las masas de los quarks, electrones y neutrinos, las densidades cosmológicas de materia ordinaria, materia oscura y “energía oscura”, las intensidades relativas de las cuatro fuerzas fundamentales (gravitación, electromagnetismo e interacciones nucleares fuertes y débiles), y un largo etcétera que no es necesario especificar aquí. Son los valores peculiares de una fracción de estas constantes lo que constituye la versión microfísica de la paradoja del diseño inteligente: la estructura más íntima de la naturaleza parece diseñada ex profeso para que nuestra existencia sea posible.










Esta “conspiración cósmica” es ciertamente dramática en el contexto de las modernas
teorías cosmológicas. Según la evidencia de la que se dispone, las constantes de la
naturaleza han variado poco o nada desde la época inicial del Big Bang, de modo que la
supuesta “elección primigenia” de sus valores se realizó cuando las estructuras en
cuestión (núcleos pesados, macromoléculas orgánicas) ni siquiera existían, debido a las
altas temperaturas reinantes entonces (he aquí una diferencia clara con el caso de los
seres vivos, donde la generación de “diseños biológicos” no se interrumpe nunca).





















Esta nitidez de la paradoja en el contexto cosmológico es la responsable de que hayan
sido los cosmólogos, como John Barrow, Martin Rees o Andrei Linde, por citar unos
pocos, los que más la han enfatizado. El comportamiento de los físicos teóricos de altas
energías ha sido muy diferente. Históricamente, éstos siempre se han dejado guiar por el
paradigma de la unificación de las teorías. En esto no les ha ido nada mal: los triunfos de Newton, Maxwell o Einstein son otros tantos éxitos de este afan unificador. Uno de los indicadores de progreso conceptual es que el número de constantes fundamentales tiende a disminuir, porque en la nueva teoría, más profunda, algunas de estas constantes pueden calcularse en términos de otras, que pasan a conformar la nueva lista de constantes fundamentales. Así, la noción de “constante fundamental de la física” es de naturaleza histórica, con una clara tendencia al minimalismo.
Leer más en
www.ift.uam.es/paginaspersonales/barbon/susskindrl.pdf







Un nuevo libro basa el diseño inteligente en el ADN celular







Con análisis probabilísticos intenta constatar la ausencia de azar en los fenómenos celulares

Stephen Meyer, uno de los fundadores de la corriente del diseño inteligente en Estados Unidos, ha publicado recientemente un libro en el que trata de aportar evidencias científicas de la presencia y efecto de la información en el ADN celular. Utilizando métodos probabilísticos, el autor intenta determinar si ciertos fenómenos podrían ser mejor explicados no como productos aleatorios del “azar y de la necesidad”, sino como fruto de una inteligencia. Por Yaiza Martínez.

El diseño inteligente es una corriente religiosa que sostiene que el origen o la evolución del Universo, la vida y el hombre, son el resultado de acciones racionales emprendidas de forma deliberada por uno o más agentes inteligentes.

Sus partidarios afirman que este concepto es una propuesta científica legítima, capaz de sustentar un programa de investigación metodológicamente riguroso, pero lo cierto es que la comunidad científica sólo ve en él una justificación de la creencia en un creador determinado.

Desde esa perspectiva científica, una de las principales críticas que se hacen al diseño inteligente es que no es una teoría científica real (como la teoría de la evolución ), ya que no sustenta sus bases en el método científico.

Recientemente, uno de los fundadores de la corriente del diseño inteligente ha publicado un libro en el que intenta contrarrestar este aspecto de las críticas. Se trata de Stephen C. Meyer, investigador de la Universidad de Cambridge, filósofo de las ciencias académico, y director del Discovery Institute’s Center for Science and Culture.

Energía, materia, información

Bajo el título “Signature in the Cell: DNA and the Evidence for Intelligent Design” (“Firma en la célula: ADN y la evidencia del diseño inteligente”), el texto de Meyer ha sido descrito por sus seguidores como la base para el desmoronamiento del materialismo científico.

En el libro, Meyer señala que el código digital o numérico del ADN sería la prueba de la existencia de una inteligencia diseñadora en el origen de la vida.

A diferencia de argumentos anteriores sobre el diseño inteligente, la intención de esta obra sería presentar evidencias científicas de que existe un constituyente fundamental en el universo, hasta ahora no considerado como tal: la información.

En “Signature in the Cell”, Meyer trata de reunir todos los datos para él relevantes, obtenidos en los estudios científicos de los últimos tiempos, que le permitan demostrar la existencia de una inteligencia que ha guiado los caminos que las formas de vida han seguido.

Meyer defiende que el universo está compuesto por materia, energía, y por la información, que es la que ordena la materia y la energía y, por tanto, la que sería responsable de la aparición de la vida.

Análisis probabilísticos

¿Pero cómo puede la información ordenar a los otros dos componentes fundamentales del universo? En el caso de las células, esa información es portada por el ADN, que funcionaría como un programa informático o software, un programador maestro de vida.

Según se explica en la web del Center for Science and Culture, para explicar esta “acción” de una inteligencia sobre las células, el enfoque de “Signatura in the Cell” se acerca a las investigaciones previas en la “detección” del diseño inteligente, realizadas en la última década por el matemático William Dembski.

Tanto Dembski y Meyer se han basado, al menos en parte, en el análisis probabilístico para determinar si ciertos fenómenos podrían ser mejor explicados como productos aleatorios del “azar y de la necesidad” o como fruto de un diseño inteligente.

Meyer ha aplicado estas herramientas estadísticas en su obra para buscar y sustentar su examen de la naturaleza de la información codificada en el ADN, cómo ésta es procesada en la célula, y cómo pudieron surgir esa información y su sistema de procesamiento.

Es decir, que el libro aborda la cuestión del “origen de la vida”, desde la perspectiva de la bioquímica molecular del ADN y del ARN, los procesos celulares por los que las moléculas se replican, y los mecanismos por los cuales los millones de proteínas necesarias para la función celular son producidas.

Misterio explicado en términos informáticos

El autor afirma en “Signature in the Cell” que, en la teoría de la evolución, Charles Darwin nunca pretendió descubrir el misterio del origen de la información biológica. Para el naturalista inglés, dicho origen resultó siempre un misterio impenetrable.

Sin embargo, desde que en los años cincuenta del siglo pasado se revelase la existencia de un código digital en el ADN, se ha descubierto que las células contienen un sistema técnico complejo de procesamiento y almacenamiento de información, que hace que éstas funcionen como un sistema informático avanzado, aunque con una eficiencia y una flexibilidad mucho mayores que la de cualquier ordenador.

A partir de la reunión de datos relacionados con dicho funcionamiento, procedentes de diversos campos científicos, Stephen Meyer afirma que el “sistema operativo” presente en el genoma incluye códigos, procesamiento digital o sistemas de almacenamiento.

Utilizando términos tomados de las ciencias computacionales, el autor desarrolla en su libro el argumento de que la mejor explicación posible para toda esta “inteligencia” celular sería la del diseño inteligente.

Renacer de la teleología

El debate sobre la existencia o no de un diseño inteligente está siendo especialmente intenso en Estados Unidos en los últimos años, pero se está extendiendo también a otros países, especialmente a Inglaterra, en general a través de la influencia de las iglesias evangélicas y otros grupos religiosos fundamentalistas.

Pero no es un debate nuevo, tal y como explicó Juan Antonio Roldán en un artículo anterior de Tendencias21, puesto que responde a las ideas filosófico-teístas de la llamada teleología.

Este renacer actual de la teleología se explica por el hecho de que la ciencia parece haber introducido nuevos resultados a considerar, como los aportados por Meyer. Pero la solución final, si es que la hubiese, parece seguir estando muy lejos.

En esta moderna revisión teleológica entran en juego tres conceptos a distinguir, y que suelen estar enfrentados: el creacionismo (fundamentalismo protestante que niega el hecho mismo de la evolución y trata de rebatir a Darwin); el diseño inteligente en sentido fuerte (un nuevo concepto que esconde las mismas posiciones del creacionismo, aunque camufladas en moderna pseudociencia) y el diseño inteligente en sentido débil (se admite la evolución pero en ella se argumenta la existencia de un diseño racional que conduce a un teísmo evolutivo en que Dios crea y diseña por medio de la evolución), señala Roldán.





























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