jueves, 7 de abril de 2011

EL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS (Borges y otros: asombrosos animales de los espejos, esféricos etc...)

CC

Resumen: "Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres."
El libro de los seres imaginarios contiene la descripción de ciento dieciséis monstruos que han poblado las mitologías y las religiones. Algunos, como el Golem, la Esfinge y el Centauro, pertenecen al mundo de la metafísica o de la literatura; otros son ya célebres en la invención humana, como los Gnomos y las Hadas.
A partir de los comentarios de autores clásicos, de las revelaciones de místicos y de los sueños de escritores y poetas, Jorge Luis Borges, con la colaboración de Margarita Guerrero, recrea la fauna fantástica e infunde nueva vida a relatos olvidados.
"Los animales gloriosos que pueblan este hermoso libro "escribió Carlos Mastronardi" son reales en cuanto los engendra la admiración, el temor o el apetito de magia que alienta en los hombres“.

Otros libros del autor:

El Aleph, de Jorge L. Borges
Ficciones, de Jorge L. Borges
Historia Universal de la Infamia, de Jorge L. Borges
Los Mejores Cuentos Policiales, Borges y Bioy Casares

SERES IMAGINARIOS DE LA MITOLOGÍA MESTIZA

La mayoría de seres imaginarios de la mitología mestiza son de carácter maléfico, siendo muy pocos los seres de índole benéfica. Y no podía ser de otra manera, puesto que la mayoría de seres malignos son divinidades prehispánicas satanizadas por la labor evangelizadora. Esta satanización ha sido más intensa en la sierra centro-norte a diferencia del sur serrano y la costa, en la que se presenta más atenuada. Los sitios de residencia de los seres maléficos son las cuevas, las grietas y las lagunas, sitios en los que precisamente los aborígenes andinos rendían culto a sus antiguas huacas.

Según el antropólogo Marcelo Naranjo la multitud de demonios evidencian las repulsiones, ansiedades y deseos inconfesables del pueblo, la variedad de demonios tiene una ventaja: hace que los maleficios se dispersen y que no exista un solo personaje que concentre en sí toda la maldad.

Además llama la atención que, en la mitología mestiza todos los demonios sean masculinos. No existen demonios femeninos, excepto fantasmas de mujeres que acosan y castigan a los hombres que tiene una conducta que atentan al orden familiar. Este hecho nos remite a la polarización socio-sexual de las culturas andinas, que por lo cual, lo masculino implica malignidad mientras que lo femenino aparece como prototipo de bondad por su vinculación con la maternidad y la tierra.

(Tomado de: Manuel Espinosa Apolo, Diccionario mitológico popular de la comunidad mestiza ecuatoriana ).

ANEXOS

PRÓLOGO AL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS

El nombre de este libro justificaría la inclusión del Príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere la locución «seres imaginarios», hemos compilado un manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres.
Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón en distintas latitudes y edades.
Un libro de esta índole es necesariamente incompleto; cada nueva edición es el núcleo de ediciones futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito.
Invitamos al eventual lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres, la fidedigna descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales.
Como todas las misceláneas, como los inagotables volúmenes de Robert Burton, de Fraser o de Plinio, El Libro de los Seres Imaginarios no ha sido escrito para una lectura consecutiva. Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las formas cambiantes que revela un calidoscopio.
Son múltiples las fuentes de esta «silva de varia lección»; las hemos registrado en cada artículo. Que alguna involuntaria omisión nos sea perdonada.
J. L. B.
M. G.
Martínez, Septiembre, 1967.

Un Animal Soñado por C. S. Lewis

...El canto era fuerte ya, y la espesura muy densa, de manera que no podía ver casi a un metro delante de él, cuando la música cesó súbitamente. Oyó un ruido de maleza que se rompe. Se dirigió rápidamente en aquella dirección, pero no vio nada. Había casi decidido abandonar su búsqueda cuando el canto recomenzó un poco más lejano. De nuevo se dirigió hacia él; de nuevo el que cantaba guardó silencio y lo evadió. Llevaría más de una hora jugando a esta especie de escondite cuando su esfuerzo fue recompensado.
Avanzando cautelosamente en dirección a uno de estos cantos fuertes, vio finalmente a través de las ramas floridas una forma negra. Deteniéndose cuando dejaba de cantar, y avanzando de nuevo con cautela cuando reanudaba el canto, la siguió durante diez minutos. Finalmente tuvo al cantor delante de los ojos, ignorando que era espiado. Estaba sentado, erecto como un perro, y era negro, liso y brillante; sus hombros llegaban a la altura de la cabeza de Ransom; las patas delanteras sobre las que estaba apoyado eran como árboles jóvenes, y las pezuñas que descansaban en el suelo eran anchas como las de un camello. El enorme vientre redondo era blanco, y por encima de sus hombros se elevaba, muy alto, un cuello como de caballo. Desde donde estaba, Ransom veía su cabeza de perfil; la boca abierta lanzaba aquella especie de canto de alegría, y el canto hacía vibrar casi visiblemente su lustrosa garganta. Miró maravillado aquellos ojos húmedos, aquellas sensuales ventanas de su nariz. Entonces el animal se detuvo, lo vio y se alejó, deteniéndose a los pocos pasos, sobre sus cuatro patas, no de menor talla que un elefante joven, meneando una larga cola peluda. Era el primer ser de Perelandra que parecía mostrar cierto temor al hombre. Pero no era miedo. Cuando lo llamó se acercó a él. Puso su belfo de terciopelo sobre su mano y soportó su contacto; pero casi inmediatamente volvió a alejarse. Inclinando el largo cuello, se detuvo y apoyó la cabeza entre las patas. Ransom vio que no sacaría nada de él, y cuando al fin se alejó, perdiéndose de vista, no lo siguió. Hacerlo le hubiera parecido una injuria a su timidez, a la sumisa suavidad de su expresión, a su evidente deseo de ser para siempre un sonido y sólo un sonido, en la espesura central de aquellos bosques inexplorados. Ransom prosiguió su camino; unos segundos más tarde, el sonido empezó de nuevo detrás de él, más fuerte y más bello que nunca, como un canto de alegría por su recobrada libertad...
Las bestias de esta especie no tienen leche, y, cuando paren, sus crías son amamantadas por una hembra de otra especie. Es una bestia grande y bella, y muda, y hasta que la bestia que canta es destetada vive entre sus cachorros y está sujeta a ella. Pero cuando ha crecido se convierte en el animal más delicado y glorioso de todos los animales y se aleja de ella. Y ella se admira de su canto...
C. S. Lewis:
Perelandra, 1949

El Animal Soñado por Poe

En su Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, publicado en 1938, Edgar Allan Poe atribuyó a las islas antárticas una fauna asombrosa pero creíble. Así, en el capítulo xviii se lee:
Recogimos una rama con frutos rojos, como los del espino, y el cuerpo de un animal terrestre, de conformación singular. Tres pies de largo y seis pulgadas de alto tendría; las cuatro patas eran cortas y estaban guarnecidas de agudas garras de color escarlata, de una materia semejante al coral. El pelo era parejo y sedoso, perfectamente blanco. La cola era puntiaguda, como de rata y tendría un pie y medio de longitud. La cabeza parecía de gato, con excepción de las orejas, que eran caídas, como las de un sabueso. Los dientes eran del mismo escarlata de las garras.
No menos singular era el agua de esas tierras australes:
Primero nos negamos a probarla, suponiéndola corrompida. No sé cómo dar una idea justa de su naturaleza, y no lo conseguiré sin muchas palabras. A pesar de correr con rapidez por cualquier desnivel, nunca parecía límpida, excepto al despeñarse en un salto. En casos de poco declive, era tan consistente como una infusión espesa de goma arábiga, hecha en agua común. Éste, sin embargo, era el menos singular de sus caracteres. No era incolora ni era de un color invariable, ya que su fluencia proponía a los ojos todos los matices del púrpura, como los tonos de una seda tornasolada. Dejamos que se asentara en una vasija y comprobamos que la masa del líquido estaba separada en vetas distintas, cada una de tono individual, y que esas vetas no se mezclaban. Si se pasaba la hoja de un cuchillo a lo ancho de las vetas, el agua se cerraba inmediatamente, y al retirar la hoja, desaparecía el rastro. En cambio, cuando la hoja era insertada con precisión entre dos de las vetas, ocurría una separación perfecta, que no se rectificaba en seguida.

Un Reptil Soñado por C. S. Lewis

...Lentamente, temblorosa, con movimientos inhumanos una forma humana, escarlata bajo el resplandor del fuego, salió del edificio a la caverna. Era el Inhumano, desde luego; arrastrando su pierna rota y con la mandíbula inferior colgante como la de un cadáver, se puso de pie. Y entonces, poco después de él, otro cuerpo apareció por el agujero. Primero salieron una especie de ramas de árbol y después seis o siete puntos luminosos agrupados como una constelación; luego, una masa tubular que reflejaba el resplandor rojo como si estuviese pulida. El corazón le dio un vuelco al ver las ramas convertirse súbitamente en largos tentáculos de alambre y los puntos de luz en otros tantos ojos de una cabeza recubierta de caparazón, que fue seguida de un cuerpo cilíndrico y rugoso. Siguieron horribles cosas angulares, piernas de varias articulaciones, y finalmente, cuando creía que todo el cuerpo estaba ya a la vista, apareció otro cuerpo siguiendo al primero y otro tras el segundo. Aquel ser se dividía en tres partes, unidas entre sí sólo por una especie de cintura de avispa, tres partes que no parecían estar debidamente alineadas y daban la sensación de haber sido pisoteadas; era una deformidad temblorosa, enorme, con cien pies, que yacía inmóvil al lado del Inhumano, proyectando ambos sobre el muro de roca sus dos sombras enormes en unida amenaza...
C. S. Lewis:
Perelandra, 1949

Prólogo alumnos segundo secundaria

Presentamos el Nuevo Libro de los seres imaginarios. “Nuevo” porque son criaturas y animales que salen de nuestra imaginación; también porque ya existe una obra de seres imaginarios, creada por el escritor argentino Jorge Luis Borges.
Cada uno de nosotros ha intervenido intentando crear un ser distinto a los demás a partir de otros; realizando fichas técnicas, leyendo textos descriptivos y de otros escritores, donde hemos encontrado inspiración. Algunos realizamos dibujos con los que hemos podido describir mejor. Además hicimos un guión de trabajo para poder organizarnos. Finalmente, aquí está nuestro propio libro de seres imaginarios.

Animales de los Espejos

En algún tomo de las Cartas Edificantes y Curiosas que aparecieron en París durante la primera mitad del siglo xviii, el P. Zallinger, de la Compañía de Jesús, proyectó un examen de las ilusiones y errores del vulgo de Cantón; en un censo preliminar anotó que el pez era un ser fugitivo y resplandeciente que nadie había tocado, pero que muchos pretendían haber visto en el fondo de los espejos. El P. Zallinger murió en 1736 y el trabajo iniciado por su pluma quedó inconcluso; ciento cincuenta años después, Herbert Allen Giles tomó la tarea interrumpida.
Según Giles, la creencia del pez es parte de un mito más amplio, que se refiere a la época legendaria del Emperador Amarillo.
En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como ahora, incomunicados. Eran, además, muy diversos; no coincidían ni los seres ni los colores ni las formas. Ambos reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y se salía por los espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la Tierra. Su fuerza era grande, pero al cabo de sangrientas batallas las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron. Éste rechazó a los invasores, los encarceló en los espejos y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño, todos los actos de los hombres. Los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a simples reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico.
El primero que despertará será el pez. En el fondo del espejo percibiremos una línea muy tenue y el color de esa línea será un color no parecido a ningún otro. Después, irán despertando las otras formas. Gradualmente diferirán de nosotros, gradualmente no nos imitarán. Romperán las barreras de vidrio o de metal y esta vez no serán vencidas. Junto a las criaturas de los espejos combatirán las criaturas del agua.
En el Yunnan no se habla del pez sino del tigre del espejo. Otros entienden que antes de la invasión oiremos desde el fondo de los espejos el rumor de las armas.

Animales Esféricos

La esfera es el más uniforme de los cuerpos sólidos, ya que todos los puntos de la superficie equidistan del centro. Por eso y por su facultad de girar alrededor del eje sin cambiar de lugar y sin exceder sus límites, Platón (Timeo, 33) aprobó la decisión del Demiurgo, que dio forma esférica al mundo. Juzgó que el mundo es un ser vivo y en las Leyes (898) afirmó que los planetas y las estrellas también lo son. Dotó, así, de vastos animales esféricos a la zoología fantástica y censuró a los torpes astrónomos que no querían entender que el movimiento circular de los cuerpos celestes era espontáneo y voluntario.
(Más de quinientos años después, en Alejandría, Orígenes enseñó que los bienaventurados resucitarían en forma de esferas y entrarían rodando en la eternidad.)
En la época del Renacimiento, el concepto del cielo como animal reapareció en Vantini; el neoplatónico Marsilio Ficino habló de los pelos, dientes y huesos de la Tierra, y Giordano Bruno sintió que los planetas eran grandes animales tranquilos, de sangre caliente y de hábitos regulares, dotados de razón. A principios del siglo xvii, Kepler discutió con el ocultista inglés Robert Fludd la prioridad de la concepción de la Tierra como monstruo viviente, «cuya respiración de ballena, correspondiente al sueño y a la vigilia, produce el flujo y el reflujo del mar». La anatomía, la alimentación, el color, la memoria y la fuerza imaginativa y plástica del monstruo fueron estudiados por Kepler.
En el siglo xix, el psicólogo alemán Gustav Theodor Fechner (hombre alabado por William James, en la obra A Pluralistic Universe) repensó con una suerte de ingenioso candor las ideas anteriores. Quienes no desdeñan la conjetura que la Tierra, nuestra madre, es un organismo, un organismo superior a la planta, al animal y al hombre, pueden examinar las piadosas páginas de su Zend-Avesta. Ahí leerán, por ejemplo, que la figura esférica de la Tierra es la del ojo humano, que es la parte más noble de nuestro cuerpo. También, «que si realmente el cielo es la casa de los ángeles, éstos sin duda son las estrellas, porque no hay otros habitantes del cielo».


Dos Animales Metafísicos
El problema del origen de las ideas agrega dos curiosas criaturas a la zoología fantástica. Una fue imaginada al promediar el siglo xviii; la otra, un siglo después.
La primera es la estatua sensible de Condillac. Descartes profesó la doctrina de las ideas innatas; Etienne Bonmot de Condillac, para refutarlo, imaginó una estatua de mármol, organizada y conformada como el cuerpo de un hombre, y habitación de un alma que nunca hubiera percibido o pensado. Condillac empieza por conferir un solo sentido a la estatua: el olfativo, quizá el menos complejo de todos. Un olor a jazmín es el principio de la biografía de la estatua; por un instante, no habrá sino ese olor en el universo, mejor dicho, ese olor será el universo, que, un instante después, será olor a rosa, y después a clavel. Que en la conciencia de la estatua haya un olor único, y ya tendremos la atención; que perdure un olor cuando haya cesado el estímulo, y tendremos la memoria; que una impresión actual y una del pasado ocupen la atención de la estatua, y tendremos la comparación; que la estatua perciba analogías y diferencias, y tendremos el juicio; que la comparación y el juicio ocurran de nuevo, y tendremos la reflexión; que un recuerdo agradable sea más vívido que una impresión desagradable, y tendremos la imaginación. Engendradas las facultades del entendimiento, las facultades de la voluntad surgirán después: amor y odio (atracción y aversión), esperanza y miedo. La conciencia de haber atravesado muchos estados dará a la estatua la noción abstracta de número; la de ser olor a clavel y haber sido olor a jazmín, la noción del yo.
El autor conferirá después a su hombre hipotético la audición, la gustación, la visión y por fin el tacto. Este último sentido le revelará que existe el espacio y que en el espacio, él está en un cuerpo, los sonidos, los olores y los colores le habían parecido, antes de esa etapa, simples variaciones o modificaciones de su conciencia.

La alegoría que acabamos de referir se titula Traite des Sensations y es de 1754; para esta noticia, hemos utilizado el tomo segundo de la Histoire de la Philosophie de Bréhier.

La otra criatura suscitada por el problema del conocimiento es el «animal hipotético» de Lotze. Más solitario que la estatua que huele rosas y que finalmente es un hombre, este animal no tiene en la piel sino un punto sensible y movible, en la extremidad de una antena. Su conformación le prohíbe, como se ve, las percepciones simultáneas. Lotze piensa que la capacidad de retraer o proyectar su antena sensible bastará para que el casi incomunicado animal descubra el mundo externo (sin el socorro de las categorías kantianas) y distinga un objeto estacionario de un objeto móvil. Esta ficción ha sido alabada por Vaihinger; la registra la obra Medizinische Psychologie, que es de 1852.

AUTOR: BORGES

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